Las camas japonesas han sido tradicionalmente las que se colocan directamente sobre el suelo de la habitación a la hora de dormir y que se retira cuando llega el día guardándola en un armario o similar para así dejar el espacio libre y poder dar otros usos a la estancia. En occidente este concepto puede resultar un poco extraño y por eso añadimos estructuras de cama por debajo que ayudan a mantener la estética japonesa pero adaptada a nuestra forma de vida.
Tradicionalmente los suelos de las casas japonesas se cubren con tatamis, fabricados con paja y junco y rematados con brocados o con tela verde oscura. Las medidas tradicionales son 90 cm de ancho, 180 cm de largo y 5 cm de altura; esta medida fija se utiliza como referencia: por ejemplo una sala de té mide 4,5 tatamis.
Es lo más importante de la cama y equivaldría a nuestro colchón, aunque con diferencias sustanciales; son muy finos, unos 5 cm y tradicionalmente estaban hechos enteramente de algodón. En los últimos años empiezan a incorporar materiales sintéticos.
Es una colcha de hilo que se rellena con seda, lo que proporciona una inigualable sensación de ligereza a la vez que mantiene el calor de forma óptima.
Es una almohada de tela rellena de fibras de trigo sarraceno o alforfón y que se adapta perfectamente a la morfología del cuello y la cabeza.
En occidente la idea de dar al dormitorio otras utilidades no suele resultarnos atractiva y solemos dar gran importancia a la cama. Existen estructuras desarrolladas para mantener la esencia de las camas japonesas adaptándose a nuestra forma de decorar; son estructuras un poco más elevadas que cumplen la misma función que el tatami pero a la vez son lo suficientemente bajas para conservar la sensación de estar durmiendo en el suelo. Normalmente se utilizan somieres de láminas de madera para mantener el futón aislado y ventilado a la vez.
Los futones que se utilizan en occidente son más gruesos que los originales japoneses, entre 10 y 15 cm, y para aquellas personas que el algodón resulta demasiado duro se suele intercalar con otros materiales como el látex natural, con lo que se obtiene una superficie más blanda e indeformable a la vez que prolongamos la vida útil del futón gracias una mejor ventilación aportada por el látex.
Uno de los inconvenientes de los futones es la capacidad del algodón para absorber la humedad. Para evitar este problema es recomendable añadir una funda. Al igual que los colchones que conocemos, los futones tienen una duración máxima de 10 años; es conveniente darles la vuelta cada semana para evitar que se apelmacen y evitar la proliferación de ácaros.
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